sábado, 16 de octubre de 2010

Bailar, un estado de animo.

Hacía ya casi dos meses que iba cada sábado al mismo local, se sentaba en la misma mesa, situada en un rincón de la sala y con una copa en la mano contemplaba a la gente como se deslizaba majestuosamente por la pista de baile. No sabía bailar, de hecho, no sabía siquiera como había entrado en aquel lugar, pero desde el primer día se enamoró de él.




No tenía muchos amigos en la ciudad, hacía apenas cuatro meses que había aterrizado en su aeropuerto y todo su tiempo lo dedicaba a trabajar, solo descansaba los fines de semana, le gustaba dar paseos por las calles de la pintoresca ciudad y únicamente, los sábados por la noche se permitía el lujo de gastarse unas monedas, entrar en la sala de baile y tomarse una copa. Todo el dinero lo dedicaba a pagar el alquiler de un pequeño ático en el centro y el resto se lo enviaba a su familia, allá lejos, al otro lado del océano.



Como cada noche, sentado en un pequeño taburete, se encendía un cigarro y a pequeños sorbitos, paladeaba el dulce sabor del ron y disfrutaba de los bailarines y sus piruetas, que para él, en su ignorancia, parecían imposibles de realizar, aunque aparentemente, a ellos les resultaban de lo más sencillo. Sin embargo, aquella noche algo más captó su atención, una chica, de pelo castaño y ojos rasgados, elegantemente vestida y con una radiante sonrisa que la iluminaba el rostro, se había apoderado de la pista de baile y de su mirada.



Cuando miró el reloj, se sobresaltó, eran las cinco de la mañana y apenas se había percatado de que llevaba casi seis horas sentado en el mismo lugar, contemplando el mismo rostro sin inmutarse, en la mesa había tres copas vacías y el cenicero atestado de colillas, no se acordaba de haber pedido ninguna más aparte de la primera. Cuando volvió en si, miró a su alrededor y observó que el local estaba casi vacío, un par de borrachos se sujetaban en la barra, suplicando al camarero que les pusiera otra copa, mientras que éste, con gesto hastiado, pasaba un trapo seco sobre ella. En la pista, tres parejas se abrazaban en un último baile que parecía interminable, la chica había desaparecido del lugar, tan misteriosamente como había aparecido, ¿La volvería a ver? - se preguntó. Decidió que había llegado el momento de irse y se levantó de su silla, estiró las entumecidas piernas y fue a la barra a pagar la cuenta. Con un simple adiós, se despidió del camarero y se fue hacia la puerta. Cuando salió, el aire frío le espabiló de pronto y una idea le brotó de su embotado cerebro, tenía que aprender a bailar.



Le gustaba el frío, le espabilaba la mente y le permitía pensar mejor, su casa no se encontraba muy lejos, pensó que le vendría bien dar un paseo para despejarse. Del bolsillo izquierdo del abrigo sacó un gorro de lana y se lo puso hasta cubrirle las ateridas orejas, y guardandose las manos en ambos, comenzó a caminar. La calle estaba desierta a esas horas, las pocas farolas que funcionaban la iluminaban tenuemente, pensaba en la misteriosa chica, ¿Había sido ella quien le empujase a aprender a bailar? ¿O habrían sido los dos meses que había estado yendo a ese lugar, contemplando como la gente disfrutaba con el baile? No lo tenía muy claro, pero le daba igual, lo importante es que se había decidido por fin, mañana mismo iría a buscar un lugar donde comenzar con su nueva andadura.



Había transcurrido un mes desde que comenzase con sus clases y se encontraba sumergido en un mar de “dames”, “diles que no” y no se cuantos mas extraños nombres que no conseguía recordar. Había seguido frecuentando su local, sin embargo, aun no se había atrevido a bailar ni una sola canción. Permanecía sentado en su sitio de siempre, observando, respirando la música, sin hablar con nadie, ni necesidad de ello. En un par de ocasiones había vuelto a ver la chica, sin embargo, no se había atrevido a decirla nada. Solía venir con el mismo chico, probablemente su novio, aunque no les había visto besarse nunca. Tampoco bailaban mucho. Él lo hacía francamente mal y se notaba que no disfrutaba con ello. Ella parecía como si se sintiera obligada a bailar con él, se notaba que su sonrisa se apagaba un poco en esos momentos, otras veces, cuando otro la sacaba a bailar, la cosa era bien diferente, su rostro reflejaba la pasión que llevaba dentro.



Una noche, en un par de ocasiones le pareció sentir que ella le estaba mirando, sin embargo, cuando se giraba para buscarla, ella apartaba la mirada, no estaba seguro de ello, sin embargo, la sensación de sentirse observado era agradable. Esa misma noche, el supuesto novio se fue, dejándola en la pista en manos de otro bailarín. En ese momento pensó en levantarse y sacarla a bailar, pero algo le retuvo, quizás la copa que llevaba de mas, quizás que todavía no se sentía preparado para ello, sin embargo, algo había cambiado, por unos breves segundos se había visto recorriendo la pista de baile con ella, girando y girando, dentro y fuera de la misma. Había dejado atrás su silla y su mesa, su copa y su cigarro. Quizás la próxima vez esos segundos se transformasen en minutos y después en horas, para terminar en días enteros y porque no, en toda una vida.



Por fin, tras varios meses de indecisiones, se sentía preparado para bailar, aquella noche se puso su mejor camisa, tampoco tenía demasiados donde elegir, escogió unos vaqueros sencillos y un par de elegantes zapatos negros que había comprado para la ocasión. Mientras se vestía puso un poco de música, sin saber como, los pies empezaron a moverse solos, marcaban los tiempos con agilidad, iban con la música, hechizados por ella, marcaban los golpes, entraban en el tiempo correcto, se deslizaban suaves por el parqué de su pequeña habitación. Primero un giro, luego dos, en el tercero dio un traspié y a punto estuvo de estamparse con el marco de la puerta, empezó a reírse, no podía parar, la tensión acumulada durante los meses pasados comenzó a salir a borbotones, la energía fluía por la habitación y se mezclaba con la música, la risa los acompañaba a ambos en aquel baile de sensaciones. Cuando pudo parar, se sintió totalmente relajado, libre de tensiones y prejuicios, se sentía flotar en una nube de emociones. Terminó de arreglarse y cruzó el umbral de su casa, listo para enfrentarse con la noche, la música, el baile y su misteriosa mujer.