lunes, 12 de septiembre de 2011

Reflexiones

La imperfección del ser humano es ilimitada, nacemos sin uso de razón y cuando creemos tenerla, resulta que tenemos aun menos. Entonces, si no tenemos racionalidad, ¿en torno a que podemos construir nuestras vidas? ¿En torno a los sentimientos? Peligroso, pero apasionante al mismo tiempo. Sin embargo, es cierto que no podemos basar todo en las emociones, pues transgrediríamos muchas barreras que sobrepasarían la moralidad, ¿entonces? ¿Deberíamos añadir otro elemento conductor en nuestras vidas? Volvemos de nuevo a la razón, es posible, que un buen equilibrio de ambas sea la solución ideal, sin embargo, aquí se presenta un dilema, pues ¿Como dos aspectos tan contradictorios del ser humano pueden convivir en armonía y ser el hilo conductor de nuestras vidas? Por supuesto que ese equilibrio es casi utópico, siempre predominará un aspecto sobre el otro, habrá personas que razonen por encima de los sentimientos, posiblemente tendrán menos problemas en sus vidas, pero, ¿Merece la pena ese sacrificio? ¿Merece la pena dejar de sentir tantas emociones?, que si bien a veces, te arrastrarán a situaciones muy complejas, que incluso podrán poner en peligro tu integridad moral, e incluso física, otras muchas te descubrirán caminos que nunca hubieses imaginado existiesen.




Todo en este mundo fluye entorno a un movimiento oscilante continuo, nuestras vidas siguen también esa pauta, hay momentos en los que nos sentimos tan vivos que esa línea imaginaria llega a cotas insospechadas, para después caer vertiginosamente hasta no creer tocar fondo. ¿Como podemos entonces evitar estas caídas? La respuesta parece sencilla, no subas tanto, pero y ¿porque no tengo que hacerlo? ¿Por qué tengo que dejar de vivir al máximo? La respuesta también es sencilla, cuando llegas a la cota máxima en el eje de dicho movimiento oscilante, comienza el descenso, y como la relación entre la cota máxima y la minima es directamente proporcional, la caída no cesará hasta llegar al límite inferior de la curva. Parece lógico entonces pensar, que la solución sería controlar esos límites superior e inferior, mantenerlos en unos intervalos que sus fluctuaciones no permitan que las emociones se descontrolen, pero entonces, corremos el riesgo de que ese movimiento oscilante, se convierta en un movimiento lineal simple, una línea recta, sin la menor variación, como el monitor que mide nuestro ritmo cardíaco en el momento de diagnosticar nuestra muerte.