lunes, 29 de junio de 2009

La tormenta

Las olas rompían furiosas contra la muralla de antaño inmaculado granito, ahora ya erosionada por cientos, miles de años de intensa lucha. La espuma salpicaba por encima de los altos acantilados que separaban la tierra del mar. La tormenta descargaba toda su rabia sobre la oscuridad de la noche. Un lejano faro se erguía impotente ante la brutalidad de la mar, alertando a los intrépidos navegantes, mudo testigo de infinitos naufragios. La tenue luz que emitía apenas lograba imponerse a la negrura que se había adueñado del mundo. El viento azotaba sin piedad muros y árboles, nada ni nadie podía impedir que corriera veloz por donde quisiera, que se deslizara entre los diminutos agujeros de las rocas, que arrollara con lo que se le pusiera por delante. Los rayos iluminaban fugazmente la devastación de la tormenta, caían por doquier, algunos morían en el intento, otros fulminaban allí donde impactaban. Los ensordecedores truenos gritaban toda la rabia que llevaban acumulada. El caos era total, y sin embargo, sobre lo más alto de la muralla, empapado de pies a cabeza, una figura se iluminaba intermitentemente al son de los relámpagos. Inmóvil, ajena a los elementos que le rodeaban, con la mirada fija en el infinito, sobre los millones de metros cúbicos de agua salada que luchaba por romper el dique que la esclavizaba. Un aura de locura le rodeaba, nadie podría hacer frente a semejante tempestad y sin embargo, el permanecía en pie impasible. Un ensordecedor trueno hizo temblar la roca, y entonces reaccionó, echando la cabeza hacia atrás, gritó, gritó con todas las fuerzas que le restaban, descargó toda la rabia acumulada, desesperanza, frustración, tristeza, pena y cuando el último gramo de energía abandonó su cuerpo, cayo de rodillas y lloró, las lagrimas corrían por su rostro derramando los últimos vestigios de unas ilusiones que ya nunca serían. La tormenta había llegado a su culmen y en ese momento, un rayo descendió sobre el lugar en el que se encontraba, sin embargo, cuando esté estalló, dejando un enorme socavón, él ya no estaba allí, su cuerpo aun con vida se precipitaba hacía el fondo del mar, había rendido sus brazos y abandonaba este mundo igual que lo recibió, vacío.

lunes, 16 de marzo de 2009

Divagaciones

Caminando por un parque otrora repleto de vida, borrando las huellas dejadas por niños sonrientes, ajenos a todo lo que les rodea, inocentes aun de las maldades que están por venir. Mis pensamientos fluyen por aquellos lugares secretos, desterrados del mundo real. Secretos que no son, secretos que debieron ser, secretos que ya nunca serán. La mirada se pierde entre la infinidad de diminutos granos de arena, mudos observadores de un mundo irreal, confesores inertes de todo lo que sucede a su alrededor. Los pasos se suceden sin descanso, uno tras otro, con una cadencia inmutable, lánguidos como mi espíritu, incapaces de sentir mas que dolor, tristeza, pérdida. Las horas pasan, el paisaje no cambia a mí alrededor, las estrellas continúan su procesión celestial, las sombras se confunden con las tinieblas. Cientos de personas me acompañan, unas que fueron, otras que son, algunas que están por venir, una que ojala nunca dejara de existir. Sin embargo, el sentimiento de soledad no se desprende de mi cuerpo, de mi mente. El silencio se apodera del mundo, me oprime, apenas me deja respirar, lo justo para permitirme dar otro paso, y otro y otro más. Un pensamiento se apodera de mi mente, me nubla el sentido, rebota entre las paredes de mi conciencia, martilleando una y otra vez. La estulticia del ser humano no conoce límites, no tiene barreras, no se frena ante nada, hasta que termina por destruirlo todo, aun lo mas amado y entonces, es cuando uno está preparada para empezar de nuevo, como un niño, pero habiendo aprendido de los errores pasados.

Un columpio se balancea emitiendo un sonoro silencio, parece querer decirme algo, me acerco, lo detengo y me siento, comienzo a mecerme en él. Los años se van rebobinando, los acontecimientos pasados se suceden a un ritmo vertiginoso, de pronto se detienen, veo a un niño sonriente, de pelo moreno y mirada inocente, me mira, pero no dice nada, se sienta en el columpio contiguo al mío y poco a poco va cogiendo mi ritmo. De pronto, algo extraño comienza a sucederme, mis pensamientos se empiezan a ver inundados por sensaciones hace años olvidadas. Sentimientos del niño que un día fui, pero que ya no recuerdo, ilusiones perdidas, esperanzas ahora vacías. Poco a poco la calma vuelve a mi, empiezo a recuperar la capacidad de razonar, las ideas se van aclarando y la paz vuelve a invadir mi ser. Busco su mirada, pero el ya no está, sólo el balanceo del columpio me acompaña en mi soledad. Sin embargo, una extraña tranquilad comienza a apoderarse de mi, detengo el columpio y me incorporo. La sensación de volver a empezar comienza a tomar forma, tener la posibilidad de hacer las cosas bien, no de corregir errores pasados que nunca podrán repararse, pero si de no volver a cometerlos.

Salgo de parque desnudo, atrás ha quedado un pasado que no quiero olvidar, pero que pasado es. Un incierto futuro me espera. ¿Estará ella en él?

miércoles, 4 de marzo de 2009

Reflexiones tras la muerte

Mírate, ahí tumbado, con el rostro tranquilo de aquel que nunca ha roto un plato, de aquel que nunca pronunció aquellas palabras que mis oídos anhelaban escuchar. Me llevaste a todos aquellos lugares, regalaste mis deseos con cientos de melosas palabras y con tu mirada parecías querer decirlo, pero nunca lo hiciste, ¿No te decidías? O en realidad ¿Es que nunca lo sentiste? Y yo mientras, me marchitaba en mi soledad, no sabía si creer en ti, o si por el contrario, me encontraba viajando en un océano de embustes y patrañas.

Recuerdo aquel día, paseando por la rivera del Sena, con la torre Eiffel en la distancia, iluminada con miles de diminutas bombillas, me cogiste de la mano, me miraste a los ojos y no fuiste capaz de decirlo, en ese momento vi la mentira reflejada en tu rostro, surcado por las arrugas de la culpabilidad, pero no quise creer, ni quitarme el velo que cubría el mío.

Volvías a casa cada noche con la mirada ausente, creíste poder ocultármelo, pero yo lo percibía desde el momento en que tu cuerpo traspasaba el umbral de nuestra casa, ¿nuestra?, de aquel lugar que yo siempre quise convertir en nuestro hogar. Aún recuerdo aquellos días, cuando tu mirada era sólo para mi, entonces creía que todo era posible, que con extender nuestros brazos, juntos los dos, podríamos llegar a rozar las estrellas y ni siquiera entonces tus labios fueron capaces de pronunciar esas dos palabras: Te amo.

Y ahora ya es demasiado tarde, pues los muertos no pueden hablar y los vivos que vivimos sin vivir no podemos escuchar.

lunes, 2 de marzo de 2009

El invierno

Que no se extinga la llama.
Que alguien sople con fuerza para reanimarla.
Que vengan vientos de esperanza allende los mares.
Se acerca el invierno, y el frío.

Que vuelva a arder con fuerza.
Que rompa el hielo y caliente la piedra.
Que espante al lobo y acerque la vida.
Ya llega el invierno, el largo invierno.

Que brote la llama igual que el campo en primavera.
Que los sueños calidos velen tu descanso.
Que derrita la escarcha matutina que te envuelve al despertar.
Se acerca, se aproxima, el crudo invierno.

Que vuelva a arder como solía.
Que pase algo que la anime de pronto.
Que ni siquiera la lluvia pueda con ella.
Están llamando a mi puerta, es el invierno.

Que se apegue esa última llama dejad ya.
Que las lenguas de fuego laman los restos inertes del carbón.
Que ya no importa, que el fuego ya no importa.
El invierno ha llegado.