lunes, 5 de diciembre de 2011

Reencuentros

Largos años habían transcurrido desde la última vez que pasease por aquellos parajes de juventud. Ahora, con el peso de todo lo que había sucedido en los últimos tiempos sobre sus cansadas espaldas, recordaba momentos mejores, correteando por aquellos paramos, inocente a lo que estaba por venir.




A medida que sus pasos le iban conduciendo por los caminos tantas veces recorridos, pequeños retazos de antiguas andanzas le venían a la mente, las praderas donde jugaba con aquella ajada pelota que nunca parecía envejecer, el cementerio que por la noche se convertía en protagonista de misteriosas historias, que ponían los pelos de punta y hacían las veces de juez imparcial de tu hombría ante aquellas chicas, que ya por entonces embotaban la razón, aquel banco a las afueras del pueblo donde saboreó por primera vez las mieles de los labios de una mujer. Pero ahora todo aquello, que en su día era el centro de su existencia, carecía ya de importancia, la perspectiva había cambiado, ya no lo veía todo desde apenas un metro del suelo.



Sin embargo y a pesar de todo, era agradable volver a pasear bajo la sombra de los álamos que un día flanqueaban el otrora caudaloso río, ahora ya medio seco. Respirar ese aire limpio y permitir que el fresco olor a hierba húmeda embriague tus sentidos. Tumbarse en el suelo, cerrar los ojos al presente y escuchar la música de los árboles, que al mecerse con la suave brisa del atardecer, tararean una relajante melodía, mientras las sombras se alargan hasta el infinito y el transcurrir del tiempo carece de importancia. Volver a recordar cuando volvías a casa con la luz de los últimos rayos de sol, exhausto pero radiante, para degustar los exquisitos platos típicos del pueblo, aquellos que tu abuela preparaba con todo el cariño del mundo y que tú devorabas en cuestión de segundos, para volver a salir corriendo a jugar con tus amigos. Aquellas largas noches, en las que bajo el cielo estrellado, tratabas de impresionar con tu enorme acerbo sobre la vida a todas aquellas chicas, que embelesadas, seguían el hilo de tus absurdas divagaciones, y que a veces caían en tus redes y entonces, volvías a casa con el despuntar del alba y una sonrisa de oreja a oreja que te duraba al menos una semana.



Cómo te gustaba despertar cada mañana con el aroma del desayuno ya servido sobre la mesa. La casa completamente a oscuras, ocultando el abrasador calor tras sus muros, era como un oasis de frescor en medio del árido desierto en el que se convertía el pueblo durante las horas diurnas. A la espera del atardecer, te relajabas con un buen libro en el sofá, y oías a tu abuela como preparaba la comida mientras escuchaba la radio y tarareaba aquellas tonadillas veraniegas. Y como olvidar aquellas magníficas sobremesas, tumbado en el sofá, viendo como unos individuos se dejaban la vida sobre una bicicleta mientras luchabas por no caer víctima del sueño, que al final terminaba por vencerte y rendido te sumergías en una reparadora siesta.



Que tiempos aquellos que ya nunca volverán, pero que dulce es poder añorarlos y poder mantenerlos en tu memoria, para recordarte, que la vida es mucho mas que un puñado de problemas.

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