jueves, 16 de febrero de 2012

LA EXTRAÑA PAREJA

              La lluvia caía intensamente, golpeando el suelo con la monotonía de un típico día de otoño, un joven caminaba ensimismado en sus pensamientos. Nada cubría su cabeza, por el aspecto de su cabello, debía llevar varias horas caminando, pues estaba completamente empapado. No llevaba abrigo, únicamente una fina chaqueta lo resguardaba de la persistente lluvia. Unos ajados zapatos de cuero marrones, que habían visto épocas mejores, cubrían sus ahora mojados pies. Con las manos en los bolsillos y la mirada enfocando el suelo, iba sorteando los charcos del camino, sin mucho acierto, ni demasiado interés por tenerlo.

               De sus enrojecidos ojos caían lágrimas, sin embargo, nadie se hubiese dado cuenta de ello si se hubiesen cruzado con el, la lluvia borraba cualquier rastro. Si alguien se hubiese detenido a hablar con él, habría visto el dolor en su mirada, la desesperanza se reflejaba en ella como las luces de las farolas sobre los charcos que inundaban su camino. Un vacío desolador llenaba su corazón, roto en mil pedazos, victima de innumerables fracasos y cientos de dolorosas puñaladas. Se sentía derrotado, incapaz de dar un paso más, la nada se mostraba frente a él. Únicamente movido por la inercia del día a día, era capaz de seguir viviendo, no encontraba motivaciones, la alegría hacía tiempo había abandonado su espíritu, para nunca volver él creía.

             Día tras día solía hacer el mismo camino, paseaba durante horas, ya hiciese sol, ya diluviase, nada de eso tenía ahora importancia. Durante años había estado haciendo ese mismo recorrido, sin embargo, desde hacía un tiempo lo hacía en solitario. Ella ya no le acompañaba en su viaje. Había partido meses atrás, para nunca más regresar.

             A pocos metros de él, una mujer se encontraba sentada en un banco, tampoco llevaba abrigo ni paraguas alguno, no estaba haciendo nada, la mirada, perdida en el infinito, le proporcionaba un aura de locura, el movimiento incesante de sus labios lo corroboraba. De vez en cuando, un pequeño movimiento de su mano derecha rompía la monotonía del momento. Sin embargo, eso no era lo más extraño de la situación. Frente a ella, una pequeña mesa plegable de jardín se encontraba perfectamente preparada para comer, con sus dos platos, sus dos tenedores y cuchillos, dos esbeltas copas de vino y la botella, por su aspecto, de vino tinto. Unas servilletas finamente bordadas flanqueaban los platos, todo parecía ideal, salvo por el pequeño detalle de que estaba todo completamente empapado por la lluvia, y el supuesto acompañante no aparecía en la foto.

              La situación, curiosa cuanto menos, llamó su atención, rompió la monotonía en que se había convertido su vida, por una fracción de segundo, los pensamientos que consumían su mente fueron relegados a un segundo plano y la curiosidad ganó la batalla. Desviándose de su ruta habitual, encaminó sus pasos hacía la mujer. Cuando llegó a su lado, ésta parecía que no se había percatado de su presencia, permanecía con la mirada perdida y un casi inaudible murmullo brotaba de sus labios.

- Hola, ¿Espera a alguien? – preguntó.

             No hubo respuesta, ni siquiera un ligero desvío de su mirada. Esta vez, se puso frente a ella, en el extremo opuesto de la mesa y volvió a repetir la misma pregunta, sin embargo, la reacción fue la misma, era como si su presencia no interrumpiera la trayectoria de su mirada. De pronto, una idea le vino a la cabeza, en un principio le pareció un poco absurda, sin embargo, la situación no lo era menos. Así que sin pensarlo otra vez, se sentó junto a ella y frente al plato vacío. Ahora sí que hubo reacción.

 -  Llegas tarde Javier, llevo una hora esperándote, ¿Dónde has estado? – preguntó ella con naturalidad propia de una pareja que lleva años compartiendo la vida.

         La pregunta le había cogido por sorpresa, no sabía que hacer, si le respondía y le seguía el juego, ¿Hasta donde podría llegar luego? Pero, si le decía la verdad, corría el riesgo de volver a perder la atención de la joven.

- Perdona cariño, me entretuve más de la cuenta en el trabajo.-
- No te preocupes mi amor. Anda, vamos a comer que se enfría la comida.-

             De una bolsa térmica sacó un recipiente lleno de comida, lo abrió y lo sirvió en ambos platos: una triste sopa fría. Abrió el vino y sirvió una generosa cantidad en su  copa, en la suya apenas puso unas gotas.

- Hoy haré una excepción y tomare un poco de vino, al fin y al cabo no en muchas ocasiones se celebra un día tan especial.- dijo la joven mientras le miraba y sonreía.
Brindemos.- dijo él cogiendo la copa y mirando a la joven a los ojos.

           En ese momento, algo se rompió en la mirada de la chica, la copa se deslizó por la mano que la sostenía y fue a parar al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Rompió a llorar. Él se quedó petrificado, no sabía como reaccionar, pensó en salir corriendo, avergonzado por lo que había hecho, luego se dio cuenta que la joven necesitaba ayuda, no podía dejarla así, el también la necesitaba.

           En un impulso, nacido quizás de de los años pasados con Raquel, extendió los brazos y abrazó a la joven, mientras la acunaba, siseándola palabras de tranquilidad al oído. Poco a poco se fue calmando, dejó de llorar, sin embargo, no se deshizo del abrazo, él tampoco la soltó, no estaba seguro de quien de los dos lo necesitaba más.

            Transcurrieron más de cinco minutos en los que el único sonido era el de la lluvia al golpear sobre los dos cuerpos abrazados, y el único movimiento corría a cargo de las gotas de lluvia al deslizarse sobre ellos. Cualquier persona que hubiese pasado por allí, los habría tomado por una pareja de enamorados que disfrutaba de un momento único, o bien por un par de locos.

              Al final fue ella la que se separó, la mirada de locura había desaparecido de sus ojos, dejando paso a una profunda amargura junto con una sombra de vergüenza.

- Lo siento, te confundí con otra persona.-
- No te preocupes, a todos nos puede pasar alguna vez. En cierto modo, yo también te confundí con otra.-
- Parece que los dos tenemos algo en común.- dijo ella con una ligera sonrisa.
- Yo creo que tenemos algo más en común, parece que a los dos nos gusta mojarnos.- respondió devolviéndole la sonrisa.

              Los dos se echaron a reír, hacía meses que no lo hacían, estuvieron así un rato, disfrutando de esos breves segundos de alegría que les brindaba el momento. Pasado el efecto terapéutico de la risa, ambos volvieron a sus respectivas vidas, tristes y amargadas. Sin embargo, ninguno se movió de su asiento, algo había cambiado, se sentían un poquito menos infelices, quizás, porque al menos, compartían algo, su tristeza, y hacía mucho tiempo que la palabra compartir había desaparecido de sus vidas.

- ¿Quieres dar un paseo? – preguntó él.
- Vale, ¿Qué hago con todo esto? – dijo ella señalando la mesa todavía preparada y con la aguada comida en los platos.
- ¡Qué más da!, déjala, luego venimos a por ella, no creo que nadie se la quiera llevar. –

          Ambos se levantaron y aún bajo la lluvia, ahora algo menos intensa, continuaron el camino que la curiosidad había interrumpido, alejándose de la mesa y su comida, alejándose quizás de su pasado, abriendo una puerta al futuro. Caminaban ensimismados, cada uno en la soledad de sus pensamientos, sin embargo, ya no lo hacían solos. La mirada ya no se dirigía al suelo, tampoco se perdía en el infinito, de vez en cuando se cruzaban alguna entre ellos. No lo sabían, pero los pensamientos de ambos confluían en un mismo punto, que curioso el futuro, nunca sabes cuándo, en la inmensidad del océano, en aquellos momentos en los que se te agostan las fuerzas y la oscuridad te ahoga, una rama va a aparecer de la nada para sacarte a flote de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario