viernes, 15 de marzo de 2013

La tormenta

Las olas rompían furiosas contra la muralla de antaño inmaculado granito, ahora ya erosionada por cientos, miles de años de enconada lucha. La espuma salpicaba por encima de los altos acantilados que separaban la tierra del mar. La tormenta descargaba toda su rabia sobre la oscuridad de la noche. Un lejano faro se erguía imponente ante la brutalidad de la mar, alertando a los intrépidos navegantes, mudo testigo de infinitos naufragios. La tenue luz que emitía apenas lograba imponerse a la negrura que se había apoderado del mundo. El viento azotaba sin piedad muros y árboles, nada ni nadie podía impedir que corriera veloz por donde quisiera, que se deslizara entre los diminutos agujeros de las rocas, que arrollara con lo que se le pusiera por delante. Los rayos iluminaban fugazmente la devastación de la tormenta, caían por doquier, algunos morían en el intento, otros lo fulminaban todo allí donde caían, los ensordecedores truenos gritaban toda la rabia que llevaban acumulada. El caos era total, y sin embargo, sobre lo más alto de la muralla, empapado de pies a cabeza, una figura se iluminaba intermitentemente al son de los relámpagos. Inmóvil, ajena a los elementos que le rodeaban, con la mirada fija en el infinito, sobre los millones de metros cúbicos de agua salada que luchaba por romper el dique que la esclavizaba. Un aura de locura le rodeaba, nadie podría hacer frente a semejante tempestad y sin embargo, el permanecía en pie, impasible. De pronto, un ensordecedor trueno hizo temblar la roca, y entonces reaccionó, echando la cabeza hacia atrás, gritó, gritó con todas las fuerzas que le restaban, descargó toda la rabia acumulada, desesperanza, frustración, tristeza, pena y cuando el último gramo de energía abandonó su cuerpo, cayo de rodillas y lloró, las lagrimas corrían por su rostro, derramando los últimos vestigios de unas ilusiones que ya nunca serían. La tormenta había llegado a su culmen y en ese momento, un rayo descendió sobre el lugar en el que se encontraba. La explosión fue brutal. Todo a su alrededor era muerte y destrucción. La devastación era absoluta.




Tras unos segundos de impás, una figura surgió de la nada, estaba desnuda y saltando al suelo corrió, corrió más rápido que el viento, su grito eclipsó el sonido del trueno y el brillo de la luz en sus ojos rivalizaba con la intensidad del rayo. Atrás había muerto el pasado.

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