El día amaneció como otro cualquiera, el despertador
retumbaba en mis oídos, pero la pereza y la apatía no me dejaban levantar. En
el horizonte se avistaba un día más,
sólo que delante tenía una boda a la que acudir, otra mas, una de tantas. Que
poco me gustaban las bodas, quizás porque esos días reflejaran el fracaso de mi
vida en ese aspecto, aquel que todo ser humano anhela algún día poder
satisfacer. ¿Cómo iba a saber yo en ese momento que la conocería? Bueno, en el fondo ya la conocía, pero era
una chica mas, una de tantas que habían pasado por mi vida sin pena ni gloria.
Sin embargo allí estaba ella, resplandeciente, preciosa, su sonrisa radiante
eclipso mi mirada en el preciso instante en el que posé mis ojos en ella, pero
no fue sino la alegría que irradiaba lo
que hizo que mi ser se convulsionara. Las sombras se escondían a su paso y las
miradas se retorcían al son de su caminar. Yo estaba embelesado, confundido,
¿Cómo era posible que hasta ese momento semejante belleza hubiese pasado desapercibida
para mí? No lo se, pero a partir de ahí, todo cambió. Los versos peleaban por
salir de mi pluma para cantarle al mundo su hermosura, pero no había palabras
suficientes para describirla, intentarlo habría sido como intentar eclipsar el
sol, fútil, vano, nada ni nadie hubiese podido hacerla justicia. Y mientras
ella se desenvolvía con la soltura de una ninfa en el bosque, danzaba para mis
ojos, cantaba solo para mis oídos, y yo ahí pasmado, como un alfeñique, sin
atreverme a acercarme a ella, apenas a mirarla fugazmente, temeroso de romper
el hechizo que en ese momento me envolvía. No podía hacer otra cosa mas que
contemplarla, dejar que mi mirada se perdiera en la profundidad de sus ojos,
beber de la esperanza de un día poder abrazarla, que digo abrazarla, si solo
pudiera rozar su precioso pelo con mis torpes manos, sería el ser mas feliz del
universo. Solo pensar que sus pensamientos pudieran ser para mi, aceleraba el
latido de mi corazón y mi imaginación volaba, lejos, allá donde nadie pudiera
alcanzarnos. Fue un lapso de tiempo apenas apreciable, un suspiro, un segundo en el devenir
de toda una vida, sin embargo, lo atrapé con mi mano y no quise soltarlo, quise
que durase eternamente, empaparme de él y recodarlo el resto de mis días.
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